jueves, 14 de noviembre de 2013

II

II
Los lobos firmamos la duda del reflejo.
Sobre la camisa
un narciso rabioso
nos protege de la luna
y la tímida nieve de las oficinas.
En un punto
todo náufrago es un necio,
una convicción que reza:
El principio es principio físico
Un cuerpo
total o parcialmente
                                                 (ajeno)
                            sumergido
fluido en reposo
que recibe un empuje
                                           (de tierra a cielo)

el mismo peso 
                        que desaloja
 la saliva que anticipa el verbo

Algunos dibujamos en el humo
una ciudad de ojos
sin espejos
para reconocernos a tientas
igual que el otro
            en el otro
que nos mira.
Mientras asienten en la sombra
al gusano que emite su propaganda,
(lustre ingenioso,
                              implacable fórmula)
billetes que fluyen en silencio
y nadie puede ver donde termina
el charco que dibuja
este orden sin ritmo.
Un fantasma que se apresura a sofocar
con barro lento
el soplo del diablo que nos puso en la vida.

Inútil sería encerrarnos
derramar pesadillas en las rendijas del panal.
El odio espeso
                            supera nuestra locura.
Peor enfrentarnos al hambre
                                  a la soledad
                                  a la muerte
la calma del lobo está en el ruido
violento
               embriagador
                                         colectivo.

Como una bengala incendiando un cielo cercano.

Olfatear en las nubes el ansiado temporal,
un borrón solidario,
unánime en la tormenta.

Dientes pintados de rojo
               sonríen la foto:
“La próxima generación salvará la sed de la manada”,

se repite el zócalo del diario.             

1 comentario:

  1. 2) II. Saben los sociólogos y abogados de una poderosa ficción literaria que hacía firmar contratos a un lobo indistinto, genérico, un animal temeroso y temible que recurre a la palabra para sujetar la voracidad que lo habita, una sincera neurosis que inventa a la sociedad, un enorme pacto de no agresión, lo que se conoce como estado de derecho. Lo que no se dice es que en estos tiempos de soledad hegemónica, algunos se saben más lobos que otros y el miedo gotea por la letra chica del contrato. El poeta Mario Trejo insiste en separar la palabra de la cosa, el aullido de los sonidos enfermos de cultura, un consenso sobre la dimensión de nuestro pavor, quizá logremos cumplir algunos acuerdos sin ser por eso menos lobos.

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